lunes, 8 de octubre de 2007

En Mí


El escenario que se presentaba ante ella parecía el vacío hecho paisaje. La meseta castellana se rebelaba contra el agua y brillaba con destellos amarillos y áspera paja. Pero el frío se acercaba y con él la humedad, por lo que no sentía ningún crujir según avanzaba. Un fino viento jugó con su cabello y su vestido, y removió las hojas en derredor. Cruzó los brazos sobre el pecho y se apretó contra sí, para sentir el suave calor de la lana sobre su piel.

Unos largos y seguros pasos más adelante, se detuvo sobre la gris lápida. La tierra aún se sentía removida y oxigenada. Miró hacia ella durante el tiempo necesario para que la primera lágrima floreciera; entonces comenzó a hablar.

- Estoy enfadada -murmuró. Las lágrimas se convirtieron en ríos.

Una voz apareció a su espalda.

- ¿Por qué?

Se giró y le vio. Sabía que él no debía estar allí, que él estaba bajo sus pies. Pero todo lo relacionado con él en vida había sido magia, ¿por qué iba a dejar de serlo una vez muerto?

- Me creí todas tus mentiras. -Su mirada era dura y firme, aunque la voz le temblaba.- Me creí todas tus estúpidas mentiras, tonta de mí. Te escuchaba y te creía sin parar. Creía que eran de verdad. ¿Quién coño creías que eras? ¿Por qué coño decías todas todas esas cosas, y luego volvías a casa y...?

No pudo seguir hablando. Los ríos habían pasado a cataratas del Niágara, y le cortaron la voz. Agachó la cabeza e intentó tapar su cara, pero no pudo evitar hipar y gemir. Por fin lloraba como quería llorar, pero no delante de él.

Pasaron mucho tiempo uno enfrente de otro, ella llorando sin parar y sin consuelo, moviendo los hombros y ocultando su cara; él delante mirándola fijamente, con la cabeza gacha como siempre.

Cuando se sintió más tranquila, intentó respirar hondo y secarse la cara. Sabía que estaba roja e hinchada, pero daba igual. Acaso él jamás la había visto en vida, qué más daba como le viera muerto. Le miró otra vez a la cara.

- Eres un cobarde. He dejado que mi alma fuera dirigida por un cobarde y un mentiroso. Jamás has sentido nada de lo que decías, y yo en mi habitación te escuchaba y te veía y te confiaba mi corazón, te creía a pies juntillas y sentía lo que yo creía que tú también sentías. Creía que éramos uno los dos, pero tú ni siquiera eras nada. Y lo tengo que descubrir cuando te vas, porque te vas como jamás dijiste que querías irte, porque seguiste con ello aunque supieras que te estaba matando.

Ahora fue él el que no pudo mantener la mirada. Ella siguió hablando.

- Quería ser como tú.

Él agitó la cabeza y por fin se atrevió a mirarla de nuevo. Entonces ella notó una leve rojez en sus ojos. Tras varios balbuceos, él se atrevió a hablar.

- No me entendiste. A veces...

Ella comenzó a notar su propia flaqueza, y la furia se dirigió a ella misma. Pero la tristeza ganó la batalla, y volvió a llorar ahora silenciosamente.

- Lo siento -dijo él extendiendo la mano.

- No puedes sentirlo, estás muerto -volvió la fiereza a su rostro-. Da igual lo que sientas ahora. Has muerto, cabrón. Te lo has llevado contigo, lo que más quería.

Ella miró fijamente la mano que él tendía. Pero le daba miedo. Se mordió el labio y dudó.

- Pero... si te toco... quizá te desvanezcas. Y no quiero que te vayas, no quiero. No... no puedo.

Él dio un paso al frente y buscó la mano de ella. La tocó, y no desvaneció. Entonces ella sollozó y se llevó su mano a la cara. Le miró a los ojos y le entendió, le quiso como antes. Se hablaron durante largo rato con la mirada. Y entonces ella apretó la mano de él contra su mejilla y cerró fuerte los ojos.

Cuando abrió los ojos, volvía a estar sola.

Miró de nuevo la tierra removida entre lágrimas, y comenzó a andar el camino de vuelta.

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