Fue ese chico ciego. En esa parada de autobús. Ese caluroso día en Madrid. No podía apartar mis ojos de él, y de cómo su mano acariciaba sin descanso el pelo de la chica ciega que estaba a su lado, mientras esperaban el autobús.
[25 Octubre 2006]
La vida. La Física. Las cosas que se pueden tocar y las que no. La velocidad de la luz. La gente con la que te quedas. Un día descubres que todo es relativo. Y que además se puede escribir sobre ello.
Fue ese chico ciego. En esa parada de autobús. Ese caluroso día en Madrid. No podía apartar mis ojos de él, y de cómo su mano acariciaba sin descanso el pelo de la chica ciega que estaba a su lado, mientras esperaban el autobús.
[25 Octubre 2006]
El olor del restaurante italiano, el tímido jazz desde el primer piso de una cafetería. Las ventanas de amigos a las que siempre gritaba. La parada de autobús desde la que despidió a tanta gente querida y que finalmente la despidió a ella. Giró la cabeza hacia el final de la calle, las cafetería, tiendas de dulces, fuentes y monumentos. Subió hasta la catedral y el senado, el ancho parque estaba iluminado por un fuerte sol y en él descansaban jóvenes sonriendo contradictoriamente con sus negras vestimentas. Los bares que le gustaban y los que no, los divertidos a veces, en los que había dado el espectáculo, los que cerraban pronto y los que siempre podías encontrar abiertos. Luego la universidad, los altos y hermosos edificios. Los mercadillos de tenderos afables. Los supermercados en los que ya podía encontrar lo que quisiera rápidamente. Las calles que llevaban a otros amigos, al lugar de ensayo, el olor de la piscina, las violetas de la pared de una casa y la calle en la que se formaban charcos invisibles. El puente, la casa de revista, las tiendas buenas, los mercadillos míticos y místicos, las clases, los baños de distintos locales, la plaza con merenderos inundada de gente y música... Por su mente pasaron mil y una imágenes. Ya no veía el mapa ante ella. Veía lo que había sido su vida. Su mejor vida.Érase que se era, una pequeña niña de rizos alborotados y negros. Le encantaba andar y recorrer calles, rincones y escondrijos, el olor de un limón recién abierto y meter los dedos en cera derretida. Recorría la vida a saltitos, picando y pellizcando todo lo que encontraba a su paso.
