lunes, 21 de enero de 2008

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Es extraña la ausencia que provoca lo ajeno, lo que está tan lejos rozando el infinito. La burbuja de metálicos reflejos estalló en millones de moléculas y se evaporizó ante mis ojos. ¡Estúpida! Jamás debí pincharla con el dedo...



La pequeña niña era demasiado pequeña para alcanzar cualquier cosa excepto las cosas pequeñas. No podía subirse a ningún taburete ni sentarse en ninguna mesa. No podía ir sola a comprar y pasaba verdaderos apuros en las calles abarrotadas. Cada vez que su menudo cuerpo obstaculizaba a sus deseos hinchaba los carrillos y refunfuñaba sobre su estatura con la mirada baja y la voz enrabietada, cruzando sus cortos brazos sobre el pecho.

Jamás se acostumbraría a ello, pero era diminuta, minúscula, enana. A medida que pasaban los años crecía su enanez, encogiéndose y empequeñeciendo. Cada vez alcanzaba menos a las baldas de su armario, era muy difícil encontrar ropa de su talla, cocinar, poner un CD o usar el baño se hacían tareas más y más complicadas. Llegó a un extremo en el que había que prestar atención de no pisarla o hacerla daño. Y la pobre niña no dejaba de cruzar los brazos en su pecho y quejarse, ¡si sólo fuera un poco más grande!

¡Tonta...! No vió que para ella se reservaban las cosas más especiales...


2 comentarios:

Master dijo...

En más de una ocasión todos nos hemos sentido como esa pequeña niña, ignorados, instantes en los que tienes que gritar para que sepan que sigues ahi... y sin embargo, al final, lo que realmente importa es lo grande que sea tu espíritu y lo que estés dispuesto a hacer con él... si sabes buscar hay auténticas perlas escondidas esperando que las encuentren...

Anónimo dijo...

Esa pequeña niña me ha hecho llorar