miércoles, 27 de junio de 2007

Un LuGaR

Miró de frente la caja, suspiró hondo y se ató el pelo. Con el cutter rasgó violentamente el celofán que envolvía por completo cada arista, gordas tiras de celofán marrón que apenas diez días antes había envuelto concienzudamente kilómetros al norte, en otro país, otra cultura, otro idioma... pero sobre todo, en un mundo completamente diferente.

Diez días. Sólo diez días. ¡Tanto! diez días...

¿Qué había pasado esos diez días? Nada del otro mundo. Como si de plastilina derretida se tratase, su cuerpo había caído en el molde y había ido llenando los rincones y huecos poco a poco, despacio como el avance de la lava de un volcán, cubriéndolo todo, triste y dolorosamente, hasta que su cuerpo perteneció de nuevo al molde del que había huido unos meses antes, y al que había vuelto con una nueva forma completamente diferente.

Rápidamente, como quien tira de la cera caliente esperando que pase pronto el dolor, empezó a sacar todas las cosas que la caja contenía y esparcirlas por el suelo. Primero discos que había hecho viaje de ida y vuelta, y algunos nuevos que por primera vez pisaban tierra española. Luego una larga y abrigada bata de invierno que la hizo sonreír, padres cabezones que no quisieron llevarla de vuelta... Sábanas y toallas. Después bolsos y bufandas y fulares, uno de ell
os con brillos plateados que descansó en el suelo iluminando suavemente su derredor. Les siguieron libros, muchos libros, pequeños coleccionables de novelas de siempre, best-seller extranjeros para entender un poco ese mundo, algún libro de segunda mano que significaba algo más, guías de aparatos eléctricos, cómics...

Y se detuvo en un pequeño libro rojo. Apenas podría llamarse libro por lo estrecho. En realidad era un mapa. Su mapa. El mapa de aquel mundo. El mapa en el que se encontraban todas esas equis de tesoros escondidos. El mapa que había leído primero extrañada y aventurera, luego con familiaridad, para jugar a encontrar sus rincones, los suyos.

Las prisas se acabaron, el caos ocupó la habitación y ella se sentó con una suave luz roja y los brillos plateados del fular para abrir aquel mapa. Primero se detuvo a observar la portada. Los cantos estaban levemente levantados, dejando marcas blancas a lo largo. Algunas arrugas cruzaban el rojo y azul de las letras.

Se atrevió a abrirlo. Y apareció aquella página que ocupaba su mundo allí en el otro mundo. Primero parques de tardes mágicas, calles ruidosas y llenas los sábados por la mañana
. Buscó con ahínco su calle, su pequeño piso en el que la vida era una aventura incluso cuando no pasaba nada. Caminó mentalmente hasta la casa de sus amigos, pero en lugar de con prisas como lo había hecho sus últimas veces, lo hizo lentamente, deteniéndose en cada tienda, cada esquina y escaparate, cada cruce... Se detuvo a recordar los detalles. El olor del restaurante italiano, el tímido jazz desde el primer piso de una cafetería. Las ventanas de amigos a las que siempre gritaba. La parada de autobús desde la que despidió a tanta gente querida y que finalmente la despidió a ella. Giró la cabeza hacia el final de la calle, las cafetería, tiendas de dulces, fuentes y monumentos. Subió hasta la catedral y el senado, el ancho parque estaba iluminado por un fuerte sol y en él descansaban jóvenes sonriendo contradictoriamente con sus negras vestimentas. Los bares que le gustaban y los que no, los divertidos a veces, en los que había dado el espectáculo, los que cerraban pronto y los que siempre podías encontrar abiertos. Luego la universidad, los altos y hermosos edificios. Los mercadillos de tenderos afables. Los supermercados en los que ya podía encontrar lo que quisiera rápidamente. Las calles que llevaban a otros amigos, al lugar de ensayo, el olor de la piscina, las violetas de la pared de una casa y la calle en la que se formaban charcos invisibles. El puente, la casa de revista, las tiendas buenas, los mercadillos míticos y místicos, las clases, los baños de distintos locales, la plaza con merenderos inundada de gente y música... Por su mente pasaron mil y una imágenes. Ya no veía el mapa ante ella. Veía lo que había sido su vida. Su mejor vida.

Y de repente volvió a echar de menos como aún no se había atrevido a echar de menos desde que volvió. Diez días hace que no está en ese mundo, y lo único que le parece es que en realidad nunca estuvo allí. Y eso le duele tanto...

Cómo es posible construir una vida ficticia, virtual, una vida sin futuro, una vida con fecha de caducidad, una vida en un corredor de muerte, una vida con enfermedad terminal... y aún así construirla entera, construirla tuya, llenarla de cosas, llenarla de lo que tú quieres, de tu mejor tú, de la mejor gente, para que duela tanto.

Una vez alguien le dijo "¿y tú por qué sonríes tanto?", y ella contestó una tontería. No subestimes la tristeza de una persona que sonríe, ni el amor de una persona que no te lo confiesa.

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